La música que alaba a Dios
LA MÚSICA ejerce una poderosa influencia en los seres humanos. Nos
puede calmar, conmover y levantar el ánimo. Además, con ella expresamos tanto
las alegrías como las penas. La música es común a casi todas las culturas
—actuales y del pasado— y constituye un lenguaje que entienden tanto la mente
como el corazón.
La música también sirve para disminuir la ansiedad en las embarazadas, pues favorece la relajación durante el parto. Los dentistas a veces utilizan música suave a fin de crear un ambiente más tranquilo para los pacientes tensos. Pero la música y el canto ofrecen más beneficios aún: nos pueden ayudar en sentido espiritual.
En la tradición de la música
occidental, la música
sacra (también llamada música sagrada) es toda música concebida
para ser cantada, tocada o interpretada en los contextos religiosos
El término “música sacra” o
“música sagrada” es bastante reciente ya que se encuentra en los escritos a
partir del siglo XVIII, pero el concepto ha sido utilizado a lo largo de toda
la historia de la cultura musical. Desde el principio, de los tiempos las letras de una canción pueden incorporar
ciertos aspectos de la cultura o la historia de un país. Los israelitas
conmemoraron varias ocasiones especiales con cánticos.
Música que agrada a Dios
Según la biblia
el profeta Moisés escribió una canción de contenido histórico con
exhortaciones sinceras para su pueblo (Deuteronomio 32:1-43). Es muy probable que este
tipo de canciones sirvieran de ayuda para la memoria.
¿Sabía usted que una décima parte de la Biblia está escrita en forma
de canciones? Los ejemplos más destacados son los Salmos, El Cantar de los
Cantares y Lamentaciones. Es comprensible que la mayoría de las
aproximadamente trescientas referencias al canto estén relacionadas con la
adoración a Dios. “Jehová es mi fuerza [...], y con mi canción lo
elogiaré”, escribió el rey israelita David, un talentoso músico y compositor (Salmo 28:7).
De hecho, David organizó a 4.000 hombres que pertenecían a la tribu
de Leví para que fueran músicos y cantores en Jerusalén; 288 de ellos
estaban “entrenados en el canto a Jehová, todos peritos” (1 Crónicas 23:4, 5; 25:7). Sin duda,
estos intérpretes practicaban de continuo. Tan importante era la música en la
adoración a Dios que a los cantores se les eximía de otras obligaciones en el
templo para que se concentraran en su profesión (1 Crónicas 9:33).
La noche antes de la muerte de Jesús, él y sus apóstoles entonaron
alabanzas a Dios, probablemente los Salmos 113 al 118. En aquel tiempo, dichos salmos
—denominados los “Salmos de Hallel”— se cantaban durante la celebración de la
Pascua (Mateo 26:26-30).
La designación “Salmos de Hallel” se refiere al uso repetido que se hace
en ellos de la expresión Ha·lelu-Yáh, “aleluya”
o “¡alaben a Jah!”. “Jah” es una forma abreviada y poética de Jehová, el nombre
del Dios Altísimo (Salmo 83:18).
El canto también llegó a formar parte de la adoración de los
cristianos. El libro The History of Music (Historia
de la música) indica: “Cantar en la adoración pública y privada era algo
habitual para los primeros cristianos. Para los conversos judíos era una
continuación de las costumbres de la sinagoga [...]. Además de los salmos
hebreos [...,] la nueva fe tendía a producir constantemente nuevos himnos”.
Puesto que la música nos permite expresar prácticamente todas las
emociones e influye de forma tan poderosa en el corazón, la mente y el cuerpo,
debemos tratar este “don perfecto [...] de arriba” con el mayor respeto, y
usarlo con frecuencia y a la vez con sabiduría (Santiago 1:17).
[Nota]
Además
de rechazar las letras que ensalzan el odio, la inmoralidad o la violencia,
quienes aman a Dios y a su semejante también se niegan a escuchar música que
fomenta la idolatría, el nacionalismo o las falsedades religiosas (Isaías 2:4; 2 Corintios 6:14-18;1 Juan 5:21).
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